En la siguiente entrada del blog del barrio San Pascual, la
segunda de tres, nuestra vecina Carmen Aritmendi nos sigue relatando su
testimonio sobre la guerra Civil española, a pasar de ser una niña que
acababa de cumplir los ocho años de edad muestra una madurez y una entereza
digna de admiración.
La guerra sigue su
curso y es por ello que el país, cada vez más dividido, empieza a ser un sitio
no demasiado seguro para mujeres, niños y mayores, es por ello que exiliarse a
lugares donde el conflicto bélico tengas menos eco sea la mejor opción.
El testimonio de Carmen nos traslada a aquellos años de
terror y sufrimiento, muchas veces por dejar de tener noticias de los seres
queridos. La escasez de alimentos cada vez se hace más presente con lo que
ello conlleva, pero dejemos que sea la propia Carmen quien nos lo cuente:
Capítulo II – Sufriendo por la guerra
Ya había pasado seis meses y Madrid estaba siendo castigado
por los bombardeos diarios, los cuales daban muchos muertos y casas
destruidas y una de las más castigadas,
según yo oía decir, era Tetuán de las Victorias y Cuatro Caminos.
Mis abuelos paternos vivían en el centro de Madrid junto a
la calle Atocha.
A mí me gustaba mucho estar en su casa con ellos cuando no
tenía colegio, pues todavía vivían con ellos tres tíos solteros y una tía que
me llevaba diez años, y al ser yo la primera sobrina se volcaban en mí y me
solían llevar al cine o la verbena junto con mi tía, cosa que no podían hacer
mi padres por el trabajo que tenían, pero cuando empezó la guerra mis padres ya
no me dejaban ir por miedo a los bombardeos y lo echaba mucho de menos.
Vivíamos en el barrio de San Pascual, un barrio donde mi
padre, aun soltero, había comprado un terreno donde después construyó su casa.
Cuando se casó puso una tienda de ultramarinos pues mi padre se vino del pueblo
muy jovencito para trabajar en una tienda y al cabo de los años llegó a ser
encargado.
Mi madre también vino a Madrid a trabajar como empleada del
hogar, como se dice ahora, pero aunque trabajó en buenas casas tenían que
trabajar muchas horas por muy poco dinero.
Después de casados mis padres trabajaron duro en la tienda,
lo cual era muy esclavo por estar en un barrio obrero como era este, y así poco
a poco, sin disfrutar de nada más que del trabajo fueron ahorrando y compraron
varias casitas en el barrio que después alquilaron.
El inquilino de una de esas casas era murciano de un pueblo
pequeño cerca de Alcantarilla.
En vista de que la guerra continuaba y se pasaba tanto miedo convenció a mi madre
para que nos fuéramos a su pueblo, pues según él, allí no se oía la guerra y en
cambio aquí seguían los bombardeos. Tanto era así que muchos días teníamos que
dejar la comida en la mesa y salir corriendo a meternos en el refugio que
habían construidos los vecinos del barrio.
Ni mi madre ni yo queríamos irnos de Madrid pero ante tanta
insistencia de nuestro inquilino, mi madre por fin decidió de marcharnos aunque
con mucha pena por tener que dejar aquí a mi padre y demás familia.
Yo tenía dos hermanas más pequeñas y también teníamos a mi
abuela materna de sesenta y seis años que también la llevamos con nosotros.
Capítulo III – El viaje
Era el día dieciséis de Enero de 1937 y amaneció muy frio y
lluvioso.
El viaje, creo, lo teníamos que hacer por el ayuntamiento
que nos llevaban gratuitamente como evacuados, después de haberlo solicitado
unos días antes. El transporte para viajar eran unos camiones con toldo los
cuales no tenían donde sentarnos y tuvimos que hacerlos sobre el equipaje y los
bultos que llevábamos, lo cual era bastante incómodo.
Habíamos estado esperando varias horas hasta que fuimos
recogidos en la Carretera de Aragón, junto al ayuntamiento. Hoy día se llama
calle de Alcalá.
Serían las cinco de la tarde cuando iniciamos el viaje.
Con nosotros iban, aparte de nuestros inquilinos, un joven
hijo de ambos y una joven que eran novia de otro de los hijos de estos señores.
Con esta muchacha iban también dos hermanas de ella, una de
la edad del hijo de los señores y otra de mi misma edad, que luego fue mi
compañera de juegos.
También iba otra vecina con un niño pequeño, pues su marido
estaba en el frente y como era de aquel pueblo se iba a vivir con su suegra,
Bueno, se me olvidaba que también viajaba con nosotros la nuera de nuestros
inquilinos con otro niño, nieto de ellos y que también tenía a su madre en ese
pueblo. Total que pienso que éramos una quince personas, todas conocidas, y
nunca he podido recordar si con nosotros fue alguna persona más. Pero si
recuerdo que nada más ponernos en marcha para salir de Madrid empecé a recordar
a mi padre que se quedaba y me puse a llorar.
Mi madre me consoló diciendo que no íbamos para poco tiempo
y que pronto volveríamos a vernos.
No puedo decir el tiempo que pasó pero ya hacía mucho que
había anochecido cuando llegamos a Aranjuez
donde paramos para darnos la merienda que consistía en un trozo de chorizo. Un
chorizo que tuvimos que comer a bocados.
Viaje de exilio de Carmen y su familia |
Después continuamos el viaje y ahora comprendo el porqué de
haber tardado tantas horas en llegar a nuestro destino. Era porque España
estaba dividida, por unas zonas estaban las tropas de Franco y en otras las
tropas Republicanas o Rojas, como decían, y había que ir dando rodeos para no
meternos en el terreno del enemigo. Aún así pasamos un buen susto, pues llegó
un momento en que tuvimos que parar porque el conductor creía haberse
equivocado y entonces estaríamos en peligro. Después comprobó que no fue así y
continuamos el viaje pero fuimos un rato con los faros apagados.
Por fin llegamos a Alcázar de San Juan, donde ya
terminábamos el viaje en aquel camión para hacer trasbordo al tren. Eran ya las
doce de la noche cuando nos pasaron a un comedor en la misma estación para
darnos la cena que fue un plato de judía blancas con chorizo que todos comimos
con apetito y también una naranja de postre.
Ya sobre las doce de la noche subimos al tren que nos
conducía al punto de destino.
Todavía no se habían acabado los sustos. Después de haber
pasado toda la noche en el tren, aquellos trenes con los asientos de madera
pero aún así era más confortable que el viaje que habíamos hecho en aquel
camión.
Ya entrada la mañana, sobre las diez o las once, empezamos a
oír el ruido de los aviones y el tren se paró, recuerdo que íbamos por un
pueblo llamado Cieza y aún nos faltaba un tiempo para llegar a Alcantarilla.
El motivo de haberse para el tren fue porque no se sabía si
aquellos aviones podían ser del enemigo pero al fin se vio que eran de nuestro
bando y continuamos el viaje.
Por fin llegamos a Alcantarilla pues aunque el tren pasaba
por el pueblo, allí no tenía parada y tuvimos de vuelta como un kilometro para
llegar donde ya nos estaban esperando la hija del señor Joaquín, que así se llamaba
nuestro inquilino, y su esposo, también tenían un niño pequeño.
Nos recibieron muy
amables y nos prepararon una paella para que comiéramos todos los que íbamos a
la casa y recuerdo que a mi chocó mucho porque en vez de color amarillo era muy
verde, debía de ser porque llevaba alcachofas.
Cuando nos pusieron la comida en vez de ponernos a comer
casi todos nos pusimos a llorar recordando a quienes nos habíamos dejado en
Madrid, pero al fin el viaje había terminado.
Capítulo IV – La estancia
Fueron pasando los días y los meses.
Nosotros llevábamos bastante comida para no pasar hambre,
sobre todo legumbres. Lo que si echábamos de menos era el pan, que nos daban
una pequeña ración diaria, pero había una vecina que tenía varios hijos, eran
muy pobres y mi madre les daba legumbres y ella nos daba pan porque decía que
teniendo un buen puchero de comida sus hijos se quedaban satisfechos y no
echaban de menos el pan.
Yo aunque era pequeña ya solía ayudarlo que podía, como era
barrer los patios, la puerta de la calle y también cuidaba de mis hermanas
cuando tenía que salir a hacer recados.
También tenía ratos para jugar y lo hacía con aquel vecino
que vivía con nosotros y era de mi misma edad.
Señora Juana con sus hijas, Carmen, Felipa y Juana la
pequeña.
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Teníamos otra amiga de juegos, una niña que llegó al pueblo
con su familia huyendo de la guerra. Su padre había muerto en el frente y aún
siendo tan niña iba toda vestida de luto.
El señor Joaquín no era mala persona pero tenía un carácter
muy fuerte y no era muy tolerante con los niños. La señora Josefa, su esposa,
era muy paciente y cariñosa y todos las queríamos mucho.
De mi padre hubo un tiempo en que no teníamos noticias y mi
madre sufría porque las cartas no llegaban.
Después tuvimos la suerte de que en correos tenían mis
padres un conocido y por medio de él empezaron a llegar las cartas
regularmente.
Y ahora voy a contar lo peor de la estancia en aquel pueblo;
y es que mi hermana, Feli, que tenía cuatro años, enfermó y lo pasamos muy mal
porque fueron una calenturas tifoideas
que la tuvieron casi a las puertas de la muerte y tuvimos la gran suerte
de no contagiarnos las demás porque dormíamos todas en la misma habitación.
A mi padre le comunicaron por carta la enfermedad de mi
hermana pero en aquel tiempo estaban prohibidas las salidas de Madrid y no pudo
ir a reunirse con nosotras y lo pasó muy mal, pues creo que pasó por lo menos
mes y medio hasta que pudo ir y para entonces mi hermana ya estaba bien aunque
la pobre lo pasó tan mal que tuvo que aprender a andar de nuevo.
También hubo situaciones en las que mi madre tuvo que
sufrir, por ejemplo la que voy a contar ahora.
Como mi padre ya nos había comunicado que ya podía ir a
vernos, aunque no nos decía la fecha, pues yo con el deseo de verle, un día
provoqué algo por lo que todos nos disgustamos.
Como todos los días, me acercaba al paso del guardabarreras
para ver pasar al tren pero aquel día, no sé porque, me pareció ver a mi padre
asomado a una ventanilla y creo que dije que el señor Joaquín también iba con
él, así que cuando pasó cierto tiempo y no llegaron, el señor Joaquín se enfadó
mucho y yo me llevé una buena regañina de mi madre.
Al fin llegó mi padre para pasar unos días con nosotros pero
no recuerdo cuantos pues llevaba fecha de vuelta.
Durante todos los días que estuvo allí disfrutó mucho, pues
era el mes de Junio y estaban recogiendo los albaricoques y a él le gustaban
mucho. No queríamos que mi padre se volviera sin nosotros así que lo arreglamos
para volvernos con él pero el viaje de vuelta se merece otro capítulo que ahora
contaré.
Continuará en la tercera y última parte.
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